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Además de elegir en qué campos buscar, hay una diferencia fundamental entre la búsqueda simple y la avanzada, que puede dar resultados completamente distintos: la búsqueda simple busca la expresión literal que se haya puesto en el cuadro, mientras que la búsqueda avanzada descompone la expresión y busca cada una de las palabras (de más de tres letras) que contenga. Por supuesto, esto retorna muchos más resultados que en la primera forma. Por ejemplo, si se busca en la misma base de datos la expresión "Iglesia católica" con el buscador simple, encontrará muchos menos resultados que si se lo busca en el avanzado, porque este último dirá todos los registros donde está la palabra Iglesia, más todos los registros donde está la palabra católica, juntos o separados.

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Quiero comenzar a leer la Biblia, pero no sé exactamente cómo hacerlo; ¿es mejor leerla de continuo, del Génesis al Apocalipsis, o hay otras formas mejores de leerla completa?

pregunta realizada por concepcion gonzalez
7 de octubre de 2011

Comenzar a leer la Biblia es algo complicado por varios aspectos:

-Muchas (¡muchísimas!) imágenes y representaciones bíblicas están presentes en nuestra cultura, a veces sin que ni siquiera lo sepamos. Por ejemplo (y es sólo un ejemplo muy menor): si en una publicidad, una chica muy mona mira con cara seductora y muerde una manzana... tentación, no hace falta que decodifiquemos más, cualquiera remite inconscientemente la escena al relato de Adán y Eva (aunque allí no se habla de ninguna manzana, sino que los pintores popularizaron esa imagen del mal y la tentación).

Esto es bueno en alguna medida, porque nos da ya cierta familiaridad con lo que vamos a leer, y quien nunca haya leído de manera directa la Biblia, se sorprenderá de saber cuántos relatos tiene ya «preleídos» sin saberlo, cuántas historias, personajes y situaciones «le sonaban» sin saber de dónde venían.

Pero también es algo que nos puede jugar en contra, porque de muchos relatos sacaremos conclusiones que no provienen en realidad de la lectura que estamos haciendo, sino que en forma de prejuicio, provienen de una lectura cultural inconsciente, de la que apenas nos daremos cuenta. Un ejemplo muy tosco de esto es que si a cualquier persona que va a leer en san Mateo la escena de los magos de Oriente (2,1-12) no se le advierte que allí ni se habla de «reyes magos» ni de «tres», seguramente la leerá aplicando inconscientemente la representación tan familiar de nuestros pesebres de los «tres» «reyes» magos. Por supuesto, en este caso ni el número ni el tipo de personaje afecta demasiado a la lectura del relato ni a su correcta interpretación, pero en otros textos, la prelectura cultural puede hacer que perdamos el norte y no veamos lo que en realidad dice el texto sino lo que ya de antemano vamos a buscar o creíamos saber.

-En segundo lugar, comenzar a leerla puede hacernos chocar contra la pared de todo un lenguaje antiguo, a veces remotísimo, cuyos códigos se nos van escapando a medida que creemos asirlos. Sobre todo en el Antiguo Testamento, donde no tenemos para aferrarnos a la figura familiar y en cierto sentido precomprendida de Jesús. Al mismo tiempo, «desconocer el Antiguo Testamento es desconocer a Cristo», porque todo lo que él dice, y lo que sobre él se dice, está rumiado en el lenguaje del Antiguo testamento, y tiene allí sus claves de comprensión. leemos, por ejemplo, en Filipenses 2 que:

«Cristo, siendo de condición divina,

no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.

Sino que se despojó de sí mismo

tomando condición de siervo...»

Y podríamos pensar que es una manera bastante original esta que tomó Jesús de llegar a Dios: ir por el camino contrario, el de la debilidad. Sin embargo, si conocemos un poco nomás el AT, vemos que Dios siempre e invariablemente opta por el débil por sobre el fuerte, por el menor por sobre el mayor, prácticamente se puede decir que es el ritmo del lenguaje bíblico.

A mi entender, la Biblia es más parecida a una partitura musical que a una novela, y en este aspecto más aun: como en la música se utiliza la síncopa, que acentúa sobre el tiempo débil del compás y da la sensación de un ritmo desplazado, a contramarcha; así también el Dios bíblico siempre desplaza su obrar: no actúa dónde, cuándo y cómo se esperaría de todo un dios, sino en el tiempo siguiente del compás, en el tiempo débil; la historia bíblica adquiere así un ritmo curioso y personal, llevado a su plenitud en el anonadamiento del propio Dios en la humanidad de Jesús. Un pequeño ejemplo: en la historia de las esposas de Jacob, Raquel y Lía (Gn 29 y ss), Raquel es la amada, la «heroína» de esa historia, sin embargo, en vez de darle Dios muchos hijos, queda estéril (al menos temporariamente), y agrega el narrador: «Vio Yahveh que Lía era aborrecida y la hizo fecunda.»

Algunos católicos tienen la péssima costumbre de mostrar la fuerza de nuestra fe sacando a relucir estadísticas de bautizados, participaciones en misa, asistencia a megaeventos, etc. Un ateo furibundo como Nietzsche, en cambio, cuando quería expresar cuál era la esencia, la verdad esencial del cristianismo (y por qué él no podía aceptar a Cristo), decía más bien: el cristianismo es la religión de los débiles, exalta la debilidad... ¡y tenía razón! la Biblia entera es la partitura de la debilidad divina, que llega a su máxima expresión en Jesús, pero de la que no hay que saltar ninguna etapa para comprender a fondo y consustanciarse con su llamado.

Me desvié un poco, cuando la cuestión de la debilidad era sólo un ejemplo de cómo en el Nuevo Testamento está «cumplido» (es decir, releído en su plenitud) el Antiguo. Si no leímos el Antiguo Testamento no hemos leído la Biblia, y a la vez, leer el AT nos pone frente a formas de expresión y esquemas mentales que son difíciles de asimilar por nosotros. Algunos -incluso cristianos- se llenan la boca criticando la «guerra santa» de la que habla el Corán, y desprecian a los musulmanes porque su libro sagrado habla de la «guerra santa»... ¡cuando ese mismo concepto está en la Biblia repetido y aplicado muchísimas veces! Es verdad que nosotros haacemos una interpretación «espiritual» de la guerra santa (igual que la hacen de su Corán la mayoría de los musulmanes)... pero si uno va a los textos, de lo que se habla es lisa y llanamente de la «guerra santa», y de entregar al anatema del fuego a todos los enemigos, etc. Mucha gente se espanta de la «violencia» que recorre algunas páginas del AT, sobre todo de la violencia y la furibundez divina, y eso resulta un escollo difícil de saltar para el lector moderno. No se puede ni se debe suavizar esa experiencia.

-Otra dificultad de la lectura es que la Biblia se presenta como una historia lineal, de principio a fin, de una creación (Génesis) a una recreación (Apocalipsis), pero cuando comenzamos a leer ya vemos que lo que ocurre allí no tiene nada de lineal: se mezclan historias verosímiles (aunque difícil imaginar cómo el narrador se enteró de sus detalles), como la migración de Abraham, o la hambruna que lleva a Egipto a los hijos de Jacob, con situaciones extrañas y hasta absurdas, como una serpiente parlante que nso recibe al tercer capítulo, un Dios amasando barro, unos hijos de Dios persiguiendo a las hijas de los hombres, un diluvio «universal» con una imposible caja de madera flotando que lleva todos los animales de la creación... en fin, sólo para recorrer unos pocos capítulos inicales; más allá aun podemos leer que una ciudad se rinde porque en vez de los soldados atacarla con flechas, los sacerdotes dan vueltas alrededor cantando himnos y tocando trompetas, otra batalla se gana porque el sol se detiene en mitad del cielo...

Historia y símbolo, parábola y metáfora poética se mezclan en el texto sin ninguna clase de marca que las delimite (o al menos sin marcas reconocibles por el lector medio). A lo que se suma que el curso del tiempo no es lineal, sino que la historia da saltos sin avisarnos previamente, o recoge en algunos libros las mismas historias ya contadas en otros, desde otras perspectivas, o con otras maneras de comprenderlas.

Mi experiencia de varios años de dar cursos de introducción a la Biblia es que quien quiere leer la Biblia solo, por su cuenta, y sin hacer un trabajo de ingreso al texto, termina abandonando en el capítulo 7, a más tardar, aburrido, quizás un poco escandalizado, y ciertamente confuso respecto de lo que ha leído.

Pero bueno, ¿qué es esto? ¿se me pregunta cómo leer la Biblia y prácticamente me gasto en desalentar la lectura? No, de ninguna manera: la Biblia es apasionante, y su conocimiento, desde todos los puntos de vista, no termina nunca. Pero la Biblia exige un trabajo de apropiación: no entramos a la Biblia en automático, y por el solo hecho de saber leer en castellano. Quien quiere introducirse en la Biblia tiene que saber de antemano que le va a costar un esfuerzo personal, y que no lo podrá hacer solo del todo, siempre requerirá un apoyo en la lectura, haga ese apoyo en forma de curso introductorio, o recurriendo a lecturas complementarias.

Preconceptos en la lectura bíblica

Diré aquí algunas sugerencias que pueden ayudar en ese trabajo. Y lo primero de todo es desterrar ciertos preconceptos que impiden un acercamiento adecuado:

-La Biblia es dictada por Dios. NO. La Biblia no se escribió al dictado, la Biblia es «inspirada» por Dios, esto significa que en su sentido profundo, traslada a los hombres la mirada divina sobre la historia, sobre las cosas, sobre los hechos; revela que por debajo de lo que nosotros vemos como apariencia en la historia, hay una salvación que Dios está realizando en ella. Pero la Biblia está escrita por hombres inspirados, que actuaban cada uno por sí mismos, según su forma normal de escribir, inmersos en su cultura, y con el saber propio de su época. La Iglesia, cuando explica el dogma de la inspiración, lo dice así: «Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería.» (Dei Verbum, 3,11). Es difícil entender el dogma de la inspiración divina de la Biblia, pero con lo que nunca lo tenemos que confundir es con un dictado.

-La Iglesia tiene ya interpretada toda la Biblia. NO. la interpretación de cualquier texto (también de la Biblia, que es un texto), es algo que siempre está «en hacerse», que nunca «está hecho»: si hubiera interpretaciones fijas y definitivas sobre un texto, tiraríamos el texto (que es difícil) y nos quedaríamos con la interpretación, que se supone más clara. La Iglesia nunca ha dado ninguna interpretación definitiva sobre ningún versículo de la Biblia, lo que hace es leer la Biblia, y tratar de vivirla, de llevarla a la oración, de releerla por medio de la liturgia, de llevarla a su acción: la interpretación de la BIblia en la Iglesia es la vida misma de la Iglesia. La tarea «técnica» de comprender mejor la Biblia desde el punto de vista de su escritura, su estilo, sus géneros literarios, etc. es algo que la Iglesia confía -y ha confiado siempre- a los exégetas, que no son personas particulares, sino miembros de la Iglesia, gente que estudia, tiene competencias para hablar dentro de su campo, y puede decir cosas autorizadas sobre los textos. La Iglesia no sabe sobre los textos bíblicos, desde un punto de vista literario, más que lo que saben sus estudiosos, no ora más que lo que oran sus orantes, no trabaja más que lo que trabajan sus miembros activos, etc. La Iglesia no es una entidad abstracta independiente de la vida de la Iglesia, y el papa no es el mago de la tribu, que frota tres veces la silla de Pedro y le sale la interpretación auténtica de un pasaje bíblico.

-Estudiar la Biblia es peligroso para la fe. NO. Dios es peligroso para la fe. Para la fe cómoda e infantil, que no quiere ser molestada en sus certezas, no hay nada más peligroso que el propio Dios. Estudiar la Biblia es un modo (inacabable e inabarcable) de penetrar en la mente divina, y por tanto todo se nos desestructura: la fe, la vida, el tiempo... es parte de las delicias de ser creyente en este Dios en vez de serlo de algún otro más normalito.

-La mejor interpretación de la Biblia es la de los Padres de la Iglesia. NO. La interpretación, como ya he señalado, siempre está «en hacerse»; es verdad que los Padres orientan mucho sobre el modo de acercarse a la Biblia, pero también a veces dicen cosas tan difíciles de interpretar como la propia Biblia. Por otro lado, hay aspectos de la lectura que son «progresivos» (el conocimiento de los géneros literarios, por ejemplo), que descansan sobre un conocimiento anterior, y desde luego que en esos aspectos, veinte siglos de estudio como llevamos a las espaldas -y que incluye lo acumulado por los Padres- es más que los cuatro, cinco o seis siglos que llevaban los Padres en su momento. Habitualmente, quienes nos despachan con que la mejor interpretación es la de los Padres no han leído más de dos frases de san Agustín y alguna de san Jerónimo citadas en algun documento papal.

-Hay que buscar siempre el sentido espiritual, qué me dice a mí. NO. Eso depende de ante qué texto estamos: una genealogía de Noé es tan texto bíblico (y palabra inspirada) como un salmo, pero dudo que una genealogía «me diga algo personal, en mi situación vital», sin que por ello sea inútil la lectura. La Biblia es todos los textos que contiene, los sencillos y los complicados, los cercanos y decidores, y los lejanos y refractarios a mi comprensión, en todos ellos está trazando el Dios de la historia la historia de nuestra salvación. Lo que hay que buscar es qué dice el texto donde se encuentra y para lo que fue escrito, si eso además me da un «mensaje personal», bienvenido sea, y si no, paciencia. La historia de los patriarcas no es la «historia del alma deambulando por el desierto de la fe», sino la historia de unos beduinos deambulando por un desierto de arena, si además se parece al alma cuando deambula por el desierto de la fe, pues sea, pero a veces el alma no deambula por ningún lado, y los patriarcas siguen allí, deambulando en su desierto hecho de arena.

Creo que se puede ver que la lectura de la Biblia es mejor hacerla en conjunto, con otros, así sean libros, que solo y queriendo inventar un camino entero, que abarca mucho más que una sola vida humana. Yo sugiero «aprisionar» la lectura en tres direcciones:

-La lectura del texto en sí mismo

-en paralelo con la lectura de textos acerca de la Biblia

-y a la vez la lectura de algunos textos del Magisterio que pueden ayudar a orientarse en la peculiar índole de este libro.

La lectura del texto en sí mismo

Tiene sentido hacer una lectura continuada de la parte «histórica» del Antiguo Testamento: los cinco primeros libros (que los judíos llaman «La Ley» o Torah), además de los libros de Josué, Jueces, los dos de Samuel, los dos de Reyes... y se puede parar allí la lectura de la «historia», y pasar a los profetas, primero Isaías y Oseas, luego Jeremías y Ezequiel, luego los demás, excepto Daniel (que no es profeta sino apocaleta) y Jonás (que no es profeta sino parábola edificante).

Se puede leer «para variar» mientras se sigue el curso de lectura anterior, los demás libros que quedaron de lado: las historias edificantes, que son preciosas: Rut, Tobías, Judit, Ester y Jonás; los libros de sabiduría, que aportan otras formas de leer el pasado: Sabiduría, Proverbios, Eclesiástico... y el tremendo Eclesiastés (o Qohelet), libro amargo pero imprescindible y Job. Para esos libros quizás sea mejor leer también pequeñas introducciones que nos ayuden a entender las situaciones en las que fueron escritos. Puede acudirse a los «Cuadernos bíblicos» de la editorial Verbo Divino.

Una vez completado este curso de lectura, se puede agregar los históricos que quedaron al margen: Crónicas, Esdras, Nehemías y los dos de Macabeos. La razón de dejarlos de lado es que hablan de situaciones en cierto sentido nuevas, que no tiene sentido leer hasta que no conozcamos los profetas, y no tiene sentido conocer los profetas si no conocemos el molde de la historia tal como se refleja en los primeros libros.

Una vez completado el AT, leer sí el Nuevo Testamento, en el orden en que está (que es muy bueno, aunque no es el de composición), quizás alterando sólo un poco: leer Hechos junto con Lucas (ya que son dos partes de una misma obra) y Juan con las cartas joánicas (y una buena introducción a Juan al lado). Al final de todo, el Apocalipsis, para lo cual es bueno que leamos primero Daniel y Zacarías y repasemos el final de Isaías, y partes de Ezequiel, todos ellos apocalipsis del AT, del que el apocalipsis del Nuevo Testamento es deudor.

Dejé a un lado los salmos, que a mi entender son el mejor libro de entrada a la Biblia. Los salmos son la mejor escuela bíblica, en lenguaje, en contenido, en variedad... y en belleza. Mientras se lee el curso A (el histórico y profético), y el curso paralelo (el sapiencial), no hay nada mejor que ir conociendo los salmos, uno por uno y todos juntos, rezarlos y estudiarlos. Si se hace normalmente el rezo de la liturgia de las horas, ya se está bastante familiarizado con ellos, es hora, entonces, de leer un poco de material sobre ellos. Por ejemplo puede irse a la sección «Orar los salmos», de nuestro sitio, y allí hay en muchos salmos material complementario: exégesis, catequesis de los papas, sugerencias de profundización, etc.

La Bibliografía complementaria

Puse repetidamente la palabra «historia» entre comillas, porque el modelo de historia que cuenta la Biblia no se parece a nuestro modo de entender la historia. Es importantísimo que nos ayudemos con bibliografía para entender mejor el concepto histórico de la Biblia. Una excelente introducción a ese concepto es el capítulo III de la obra «Visión nueva de la Biblia» de Luc. Grollenberg (la visión ya no es nueva, porque el libro es de hace varias décadas, pero sigue sirviendo muchísimo), ese capítulo se llama «La historia como proclamación», y explora muy atinadamente el concepto bíblico de «historia» tal como surge de los libros «históricos». Todo ese manual es altamente recomendable como introducción, aunque algunos pocos aspectos de la «teoría de las fuentes» que explica ya no se sostienen de esa manera.

El nivel cultural personal hace mucho en la elección de la mejor bibliografía, por eso es difícil recomendar en abstracto: lo que para unos es manjar delicioso, para otros es un hueso duro y difícil. El libro de Grollenberg mencionado es una buena entrada bibliográfica. También los cuadernos bíblicos de Verbo divino. Un libro que sirve mucho para entender la cuestión del estudio bíblico es «101 preguntas (y respuestas) sobre la Biblia», de Raymond Brown, uno de los grandes exégetas contemporáneos. Aunque se dedicaba específicamente al NT, en este librito aborda cuestiones bíblicas en general, y sobre todo las que más preocupan al neófito. De ese mismo autor es bueno todo su material cuando llegamos al NT, pero lo más útil será, seguramente, «La Comunidad del Discípulo Amado», como ayuda para leer los escritos joánicos, y «Las iglesias que los apóstoles nos dejaron», para entender las tensiones que se perciben en las cartas y en Hechos de los apóstoles.

La Biblia concreta que usemos para leer es ya toda una elección bibliográfica. Quien pueda tener en sus manos la «Biblia del Peregrino», con traducción, introducciones y notas del P. Alonso Schökel, tiene posiblemente la mejor biblioteca exegética que puede una persona tener: leer el texto, y a la vez darse tiempo para entender las introducciones, acopiar la sabiduría de las notas... es ya realizar todo este trabajo de lectura que estoy proponiendo. No quiere decir, por supuesto, que la lectura que hace el P. Alonso Schökel sea la única ni la definitiva, pero seguro que no perderemos tiempo al leerlo.

Si no se tiene ese texto, entonces quizás lo mejor sea ir hacia Biblia de Jerusalén: un texto más parco, más «técnico», pero en donde estamos leyendo el texto bíblico sin suavizaciones del traductor, y con notas que, cuando no son del todo técnicas, pueden sernos útiles.

Por lo demás, por supuesto, otras versiones pueden ser buenas, sólo recomiendo las dos que me parecen las mejores para un «trabajo» bíblico.

La lectura documental

Creo yo que es tan útil a la lectura de la Biblia todo lo anterior, como el conocimiento de la conciencia que la Iglesia tiene de la Biblia. En definitiva, Dios donó la Biblia a su comunidad (al pueblo de Israel primero, luego a la Iglesia), para que ella lo distribuyera como pan de palabra, así como distribuye también el pan eucarístico, así que saber cómo piensa la Iglesia «su» Biblia es también un modo de acercarnos. Ese pensamiento fue variando a lo largo del tiempo, claro está; lo que corresponde a la conciencia actual de la Iglesia, lo podemos encontrar resumido en algunos documentos, y sobre todo en uno cuya lectura pausada recomiendo vivamente: la encíclica Dei Verbum, del Concilio Vaticano II. Es cierto que la encíclica no le resolverá al estudiante ningún problema concreto de los que se topa en la lectura, pero le ayudará a dirigir la mirada, que es lo que en definitiva le pedimos al magisterio. Hay otros documentos más recientes (como «La interpretación de la Biblia en la Iglesia») pero un poco más técnicos, y que quizás conviene abordar más adelante, cuando ya se haya leído bibliografía.

Fuentes

Todos los textos que he ido mencionando (y muchos más) pueden encontrarse en versión digital en la biblioteca de ETF, incluida la Biblia del Peregrino; aunque en este último caso, en la Biblia en sí, creo que es preferible tenerla en papel, e incluso ir sacando fotocopias de algunas páginas para marcarlas y subrayarlas convenientemente.

Me permito recomendar algunos artículos míos publicados en este mismo sitio, en especial quizás puedan ser útiles en alguna etapa del camino: La Biblia y la moral, Biblia y versiones bíblicas, Algunos procedimientos poéticos de la Biblia, Algunas nociones de hebreo para lectores de la Biblia que no saben hebreo, entre otros que pueden servir de introducciones puntuales a algún tema.

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